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El padre Hernando Barón Plata, en sus propias palabras

Terminó sus estudios a los 22 años y, con dispensa del papa Pio XII, fue ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1948, por monseñor Emilio de Brigard Ortiz, obispo…

Cuenta el padre Barón que nació en Bogotá el 12 de febrero de 1926, en el hogar conformado por Leopoldo Barón Sanabria y  Inés Irene Plata Guarnizo. Fue el quinto de seis hijos, siendo el mayor de todos Leopoldo, muerto en el año 1970. Le seguía Alfonso, quien fue decano de Química en la Universidad Nacional y murió en 1957. El tercero fue Manuel José, de profesión abogado. El cuarto de los hermanos era Luis Carlos, médico cardiólogo. Después nació el Padre Hernando. Y seguía una hermana, Teresita, quien fuera su compañera en la infancia, que murió en el año 1978.

El padre Barón cuenta que comenzó su educación escolar a los siete años de edad en la escuela de la “la señorita Maralla”, ubicada en la calle 22. Ese mismo año recibió la primera comunión en la iglesia de Las Angustias. Su segundo año de estudios lo hizo en el Liceo San Luis Gonzaga, situado en la carrera 12 con calle 19. Pero terminó la escuela en la misma en que había iniciado sus estudios. Para estudiar el bachillerato entró al colegio Arzobispo Mosquera en 1937, año en el que también murió su padre. En el año 1928 ingresó al Seminario Conciliar de Bogotá, donde terminó el bachillerato en el año 1942.

Al año siguiente comienza sus estudios de filosofía en el Seminario Conciliar, que por aquel entonces estaba en el barrio La Candelaria, exactamente en la calle 11 con carrera 3ª. Dos años más tarde el Seminario fue trasladado provisionalmente a “Emaús” en la calle 70 con carrera 5ª, mientras se terminaba la construcción de la nueva sede en El Chicó.

De la estadía de tres años en Emaús, el padre Barón anota que era un edificio muy incómodo y que allí, debido a la escasez de sacerdotes, el cuerpo de formadores no contaba sino con tres de ellos, además, para la eucaristía debían ir a alguna parroquia cercana, todos “ensotanados” y en fila para asombro de los parroquianos de entonces.

En el año 1947 el Seminario Mayor se trasladó a la nueva edificación construida en la hacienda El Chicó, en terrenos donados por doña Mercedes Sierra de Pérez, hija de don Pepe Sierra, terrateniente muy próspero por aquella época. La sede, ubicada exactamente en la actual carrera séptima y calle 94, estaba fuera del casco urbano de la ciudad, pues esta apenas llegaba hasta la actual calle 85. Allí realizó sus dos últimos años de formación en el Seminario de Bogotá. Le correspondió vivir los difíciles acontecimientos del 9 de abril de 1948, sucedidos a raíz del asesinato del político Jorge Eliécer Gaitán.

Terminó sus estudios a los 22 años y, con dispensa del papa Pio XII, fue ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1948, por monseñor Emilio de Brigard Ortiz, obispo auxiliar de Bogotá, quien también le había le había concedido el subdiaconado y el diaconado en la Catedral primada. El padre Barón siempre pidió que allí reposaran sus restos.

Fueron varios los cargos eclesiásticos ocupados por el padre Barón Plata en su larga vida. Fue prefecto de la Escuela Apostólica del Seminario menor por seis años. En el año 1955 fue trasladado como capellán del hospital San Juan de Dios, por cuatro años. Siempre contó con orgullo la importancia de ese centro asistencial, tanto en lo científico como en lo caritativo.

Simultáneamente con este cargo pastoral, tenía otra capellanía en la cárcel correccional que tenía el departamento de Cundinamarca en la calle tercera con carrera novena y dictaba clases en el Liceo Femenino de Cundinamarca. También fue capellán del Preventorio Infantil de Sibaté. Al término de estos cuatro años, en 1959, el padre Barón fue nombrado párroco en Fosca, Cundinamarca y allí permaneció año y medio.

El padre Barón fue trasladado de nuevo a Bogotá como párroco de San Juan Bautista, en el barrio La Estrada, iglesia que actualmente es la catedral de la diócesis de Engativá. Allí reemplazó al padre Andrés Vargas, quien hubo de retirarse por un accidente de tránsito. El padre Barón duró allí 27 años como párroco y adelantó la construcción del templo y la casa cural. Abarcaba nuevos barrios de la urbanización desordenada de la Bogotá que sobrevino a los desplazamientos de la época de la Violencia, allí construyó una gran comunidad alrededor de la solución de muchas necesidades, trabajando con las juntas comunales y desarrollando actividades muy importantes para apoyar el desarrollo, pavimentación, alcantarillado, conexión a servicios, que adelantaban los vecinos, impulsando el apoyo al desarrollo de los jóvenes y la educación, apoyando y fomentando la calidad educativa de las escuelas públicas y a los colegios privados de su jurisdicción.

Es destacable el apoyo a la Fundación Tundama con la que se impulsó desde la parroquia un importante programa de educación para la Mujer en oficios útiles que fortalecieran su condición moral, social y sobre todo económica y fortaleciéndolas en los problemas desde la unidad en la vida familiar, principio que aplicó durante su vida pastoral.

Es memorable la anécdota durante el paro cívico del 11 de septiembre de 1977, cuando en medio de las revueltas de un masivo paro cívico contra el gobierno y cuando la fuerza pública disparaba directa e inmisericordemente contra la población, causando varios muertos y heridos, abrió las puertas de esta Iglesia parroquial, albergando a muchas de personas que participaban en la protesta y se paró firmemente en la puerta enfrentado a los hombres armados del gobierno con la frase del evangelio “Mi casa es casa de oración” y para profanarla debían primero pasar sobre su integridad. Aunque siempre fue un sacerdote moderado y neutral en esos asuntos, en tiempos de sacerdotes militantes, no vaciló en proteger a su comunidad.

Fue también administrador parroquial de San Silvestre. En el año 1987 fue nombrado párroco  en Santa Marta y allí duró 9 años. Además del cargo de párroco, era también rector del colegio parroquial. Tanto en la parroquia como en el colegio realizó obras importantes en lo referente a las instalaciones para beneficio de la comunidad y de los estudiantes.

En el año 1990 le fue dada la responsabilidad de atender los matrimonios con personas extranjeras, labor que le permitió atender a más de 350 parejas en camino de recibir el sacramento matrimonial.

El padre Barón fue trasladado luego como párroco de la Veracruz, en el centro de Bogotá. Esta parroquia tenía una casa destinada para sacerdotes y era regentada por una comunidad religiosa. Al cumplir los 75 años, edad canónica de retiro de los cargos eclesiásticos, el Padre Barón se fue a vivir en Usaquén y colaboró con la parroquia de Nuestra Señora de Torcoroma, en aquel entonces bajo el cuidado pastoral del padre Germán Isaza Vélez. El padre Hernando Barón Plata fue también, por cuarenta años, juez del Tribunal Eclesiástico.

Los últimos años de su vida transcurrieron, primero, en el Hogar Mi Casa y después en casa de una sobrina suya, Clemencia, quien lo acompañó hasta el final de su vida. Su muerte sucedió en el mismo momento en que el papa Francisco concedía la bendición y la indulgencia plenaria, el pasado viernes 27 de marzo de 2020.

Murió a los 94 años de vida, habiendo ejercido el sacerdocio durante 71 años. Sus exequias se llevaron a cabo en la parroquia Cristo Rey, el día 29 de marzo de 2020, presididas por el padre Gonzalo Barón y concelebrada por el padre Laureano Barón y otros cuatro sacerdotes.

El padre Hernando Barón era tío abuelo de dos sacerdotes de la arquidiócesis de Bogotá: Gonzalo Barón Gallo y Laureano Barón Casas.

El padre Gonzalo lo recuerda de la siguiente manera: “Recuerdo con mucho cariño a Hernando cuando llegaba a la casa de los abuelos paternos en Chía. Un sacerdote en su Buick, de visita al primo Enrique, después de bajar con su inconfundible sotana ( de ella decía que sería su mortaja y que le permitía guardar sus divinas redondeces), cerraba el carro casi único en Bogotá, (el cual cambió en un trueque desigual por un Mazda pequeño, diciendo que lo hacía porque cuando él llegaba, todos decían qué carro tan bonito y no decían allí llegó el Padre Hernando y esto le causaba resquemores y no era bien visto por los fieles y no quería escandalizar). Nos deleitábamos con su increíble conversación, se gozaba con su cámara tomando fotos y guardando recuerdos, y era genial verlo gozando con las colaciones y viandas que la abuela María le preparaba con generosidad para hacer que su visita fuera más larga y pudiéramos compartir sus anécdotas que, por mil, las tenía”. 

“En mi ordenación llegó con un presente que aún conservo con todo cariño: su cáliz de viaje, como me dijo, el que él usaba cuando tenía que celebrar fuera de la parroquia. Un cáliz de plata que se desarmaba para guardar. En sus últimos años, con mi padre, solíamos visitarlo al lado del hospital de La Hortúa, “Mi Casa”. Allí desgastándose lentamente, intentaba mantener su mente lúcida como siempre fue y cuando podía contarle algo de mis parroquias o trabajo con jóvenes, siempre tenía una palabra oportuna, una crítica sutil y acertada y una mirada de fe. Siempre me sorprendieron sus llamadas inesperadas, para saber cómo estaba, preguntando por mi papá y los tíos, con quienes tenía una cercanía afectuosa y llena de amor”.

“Su sobrina Clemencia fue su fiel servidora, como Sancho Panza al lado del Quijote. Sin ella sus últimos años hubiesen sido muy difíciles. Se las arregló para hacerle la vida más llevadera hasta el fin. A ella, gracias por todo el cariño y dedicación”. 

“Quiero dar gracias a Dios por Hernando y el ejemplo que Dios nos dio por medio de su vida, a Laureano Barón, mi primo cura, y a este cura”.