Santos de hoy: San Martín de Porres
" Martín, el bueno" o " Martín, el caritativo" le llamaba la gente de Lima donde el morenito o "mulato" Martín fue tan querido en los años 1600 a 1636. Desde el año 1962 todos le llamamos San Martín de Porres, porque el Papa Juan XXIII le canonizo.
Martín nació en Lima, capital de Perú, el 9 de Diciembre de 1579. Su padre, Juan de Porres, español de Burgos, era Gobernador de Panamá. Ana Velázquez se llamaba la madre que, por su gentileza, había obtenido la libertad. Era medio negra y medio india. Del noble español, Gobernador de Panamá, y de la "negrita" Ana nació otra niña dos años después, pero las diferencias raciales y rango social hicieron que Martín figurase en el Fe de Bautismo como "hijo de padre desconocido". Sus padres no eran casados.
Pronto quedaron solos en Lima el niño Martín con su mamá y la hermanita. Su padre tenia que ocuparse de Guayaquil, el puerto del mar en el Ecuador. Martín crecía muy piadoso y compasivo compartiendo con otros niños lo que su madre "abandonada" le podía dar.
Cuando el niño tenia ocho años se presentó en Lima a su padre y encantado con su negrito se lo llevo a Guayaquil, donde le busco maestro particular para educarle a su lado. Esto duró solo dos años. De nuevo en Lima, en un barrio pobre con los "de color", bajo el cuidado de su madre crecía con Juanita, su hermana.
Ana Velázquez, como buena madre, se preocupo por que su hijo supiera ganarse la vida. Le coloco al servicio del barbero-dentista D. Manuel Rivero en Lima. Martín era feliz. Aprendió el oficio y gozaba sirviendo como barbero-enfermero. Había encontrado su vocación de amar a Dios sirviendo a los demás. Ya ganaba plata: mitad para su madre y mitad para obras de caridad. De egoísta no tenía nada.
Su ideal era ser santo: como el Obispo de Lima, San Toribio de Mogrovejo: como San Juan Masías, hermano lego en los dominicos: como San Francisco Solano aquel gran misionero franciscano; como Santa Rosa de Lima, bautizada en la misma iglesia que Martín cinco años antes que él. Estos cuatro santos vivían en la misma ciudad y al mismo tiempo que Martín.
El jovencito barbero-enfermero era feliz: ayudaba en Misa todos los días antes de ir al trabajo y pasaba largos ratos de oración al anochecer, oculto, en su propia habitación. Servir a Dios, servir a los demás, olvido de si mismo. Así Martín desarrollaba su personalidad. Ya tiene 16 años. Su madre puede vivir sin él.
Martín se dirigió a los Dominicos. Quiere vivir en el Convento del Santo Rosario. Pero como el ultimo de todos. No pretende ser como los Padres, ni aun siquiera como Hermano. Sencillamente como "Donado", un criadito sin paga. Don Juan de Porres, el noble castellano y Gobernador de Panamá, no podía tolerar que su hijo entrara en el convento para oficio tan humilde. "Un hijo mío, si es fraile, tendrá que ser como el más alto de los Padres".
No era ese el parecer de Martín: ‘Un hijo de Dios llega a grande siendo el ultimo entre los frailes". Martín entró de "Donado", como sirviente. Ni siquiera como Hermano; mucho menos como Padre. Su virtud era tan notable que, nueve años después, a petición del Superior y por obediencia, profesaba como Hermano y vistió el hábito de fraile.
Martín crecía para Dios y para los demás: oración, largos silencios a solas con Dios; éxtasis milagrosos que Dios multiplicaba por él, hasta resucitar algún muerto. Martín era el limosnero del convento y de la ciudad. Los ricos todos le dan, porque saben que Martín lo multiplicaba para los pobres: comida, ropa, monedas, la fundación del centro para los niños huérfanos… Discretamente llegaba hasta las familias "vergonzantes", que no tenían valor para pedir como pobres.
Penitencia. Mucha penitencia para si mismo, a solas; especialmente en la Cuaresma y Semana Santa. Parecía un hombre de tres corazones: de fuego para Dios por su fervor; de carne por su compasión y ayuda a los demás; de acero por el rigor y dominio de sí mismo.
Inocencia de Dios, recobrada como aquella de San Francisco de Asís: todas las criaturas son buenas, todos los hombres son hermanos. Por eso Martín decía una vez a un ratoncito que pillo en el ropero de la sacristía: "Hermano ratón. No sé si eres tu culpable del daño causado en la sacristía a los guardarropas. Pero hoy mismo tu y tus amigos van a salir del monasterio para no volver".
Martín "el bueno", sin embargo, tenia que luchar todos los días consigo mismo y contra el diablo. Por mantenerse en humildad llego a ofrecerse en venta como esclavo: "Padre Prior, no dude: véndame y pague sus deudas". Cuando las pasiones de orgullo, injuria y avaricia ya estaba perfectamente subyugadas, Dios ofreció a Martín otro campo de batalla: mano a mano con el diablo. Como el Santo Cura de Ars siglos después Martín era intimidado y golpeado por el diablo. Le oían decir en la celda: ‘ ¿A que has venido?" Esta no es tu habitación. Vete inmediatamente". El maestro de Novicios, Padre Andrés, dijo una vez: "Este mulato va a ser santo. De noche libra fuertes batallas con el diablo".
Al venir el otoño, Martín sufría de paludismo todos los años. El día 3 de Noviembre de 1639 decía al Hermano Antonio: "No llores, Hermano, quizás en el Cielo sea mas útil que aquí". Pidió los Sacramentos, miro en derredor, pidió perdón a todos. Los monjes cantaban la Salve y el Credo. Entonces Martín expiró: 3 de Noviembre de 1639 por la mañana.
El Papa Juan XXIII lo canonizó el día 6 de Mayo de 1692. Con tan solemne ocasión escribió: "Martín excusaba las faltas de otro. Perdonó las más amargas injurias, convencido de que el merecía mayores castigos por sus pecados. Procuró de todo corazón animar a los acomplejados por las propias culpas, confortó a los enfermos, proveía de ropas, alimentos y medicinas a los pobres, ayudo a campesinos, a negros y mulatos tenidos entonces como esclavos. La gente le llama ‘Martín, el bueno’."