Este santo sacerdote, de familia de clase media, perteneció al clero secular de la Arquidiócesis de Bogotá desde 1897 hasta su muerte ocurrida el 28 de junio de 1927 en esta capital y en la parroquia de San Diego, a la que sirvió durante 30 años.
Su niñez se desarrolló alrededor del Convento de San Francisco y en un ambiente impregnado por el franciscanismo. Su padre, Ambrosio, además de carpintero, era sacristán de la iglesia de San Pablo, hoy La Veracruz, situada detrás del convento, a cargo de los mismos padres franciscanos, y vivía al costado del mismo templo con su esposa, María del Rosario. En ese mismo sitio nació el Venerable.
Sus progenitores pertenecían a una familia sencilla, profundamente católica. Por ello, nacido el niño el 2 de agosto, fiesta de la Virgen de los Ángeles patrona de la Orden franciscana, al día siguiente, 3, lo llevaron a bautizar a su parroquia que, a la sazón, era la de Ntra. Sra. De Las Nieves. Sus padrinos fueron Francisco Gaitán y Francisca Navarro.
Todo el contexto anterior explica por qué el Venerable golpease a las puertas del Convento de San Francisco para hacerse sacerdote. Allí transcurrieron sus estudios de seminarista, hasta llegar a su segundo año de teología en 1862.
Es de notar que en 1834 el Papa Gregorio XVI había nombrado Arzobispo de Bogotá al joven y destacado sacerdote caucano de 34 años Manuel José Mosquera y Arboleda. Durante la vida episcopal de Monseñor Mosquera nació, pues, en 1840, el Padre Almansa. Corrían en la política de entonces verdaderos vientos huracanados. Muchos traban de aclimatar en la República, a como diera lugar, los enconados propósitos de la Revolución Francesa. Ello condujo en el año de 1852 al destierro del gran Arzobispo Mosquera por parte del Congreso y, posteriormente, la tristísima y cruel persecución de 1862 contra la Iglesia Colombiana por parte, irónicamente, del hermano del Arzobispo Mosquera, presidente y dictador general Tomás Cipriano de Mosquera. Éste, quien exhibía públicamente sus insignias de masón grado 33, era, además, un codicioso de los bienes de la Iglesia, particularmente de los de las comunidades religiosas, quienes, a su turno, fueron cruelmente desterrados y perseguidos por el Presidente Mosquera. En virtud de lo que él dio en llamar la “desamortización de bienes de manos muertas”, suprimió a sangre y fuego las comunidades religiosas en todo el país y se apoderó de sus bienes, con la consiguiente protesta de los obispos del país.
Ante la dolorosa situación anterior, el seminarista Almansa, quien se empeñaba en responder a su llamado sacerdotal, hubo de huir a tierras lejanas, dejando atrás a su madre, sus hermanas, su comunidad religiosa, su ciudad natal. Con cartas dimisorias del sucesor de Monseñor Mosquera, el Arzobispo Antonio Herrán y Zaldúa, el Venerable se dirigió a la entonces lejanísima ciudad y Diócesis de Nueva Pamplona, donde fue recibido y ordenado sacerdote el 23 de mayo de 1866 por el nada fácil obispo Bonifacio Antonio Tozcano. La recepción del sacerdocio fue para el Venerable el triunfo más grande de su vida. Había luchado y sufrido por ello denodadamente. De ahí para adelante todo su intento será alcanzar la santidad por el amor a Dios y a su prójimo.
Pasada la persecución, después de haber servido como presbítero desde 1866 hasta 1878 en la ciudad de Bucaramanga, perteneciente a la diócesis de Nueva Pamplona, Allí con la práctica de una vida santa, atestiguada en forma escrita por infinidad de feligreses, volvió el Padre Almansa a su ciudad y a su convento de Bogotá.
Pasados varios años, a fin de poder devolver el dinero prestado a él por su madre y remediar la pobreza extrema de su familia, el Venerable pidió a sus superiores, con la anuencia del Señor Arzobispo y con el respeto que lo caracterizaba, la salida de su comunidad franciscana, para ser recibido, en forma la más caritativa, como sacerdote del clero de la Arquidiócesis por el Arzobispo de Bogotá, Monseñor Bernardo Herrera Restrepo, quien, desde hacía tiempo apreciaba su excepcional santidad en la práctica de todas las virtudes heroicas. Era el año de 1897. No se retiró, sin embargo, sino después de que el superior de la Orden le concediera el privilegio de seguir usando el hábito franciscano, que llevará hasta su muerte.
El Señor Arzobispo lo envió, entonces, como clérigo del presbiterio de Bogotá, a ejercer su ministerio sacerdotal en la iglesia recoleta de San Diego, que el mismo Arzobispo había recibido de manos de la Comunidad Franciscana. Allí estará el Venerable por el término de 30 años, señalado por todo el clero y por todos los estamentos de la sociedad como un verdadero santo, digno de la canonización. Testimonio de bulto de esta manifestación unánime lo constituyeron sus bodas de oro sacerdotales celebradas por toda la ciudad al más humilde de los sacerdotes en 1916 y la apoteosis de su paso al Cielo en 1927, cuya Eucaristía y funerales, por voluntad del Arzobispo Herrera Restrepo –ya enfermo y en cama- fue presidida por el hoy Venerable Ismael Perdomo Borrero, Arzobispo Coadjutor.
Abierto el proceso para su beatificación por parte del Señor Cardenal Pedro Rubiano Sáenz (en sus dos elementos medulares de la heroicidad de las virtudes y Fama de Santidad, por una parte, y de un posible milagro, por otra parte), el mismo fue llevado a Roma en 1996 por el Postulador de la Causa en Bogotá, Monseñor Álvaro Fandiño Franky. El proceso continuó siendo estimulado y favorecido máximamente por el Cardenal y Arzobispo de Bogotá, Monseñor Rubén Salazar Gómez. Dadas estas circunstancias, el santo Padre Francisco emitió el día 10 de mayo de 2016 los decretos de heroicidad de las virtudes y Fama de Santidad del padre Almansa, constituyéndolo “VENERABLE”. Es así como el proceso del “VENERABLE” es ya, en consecuencia, irreversible. La causa prosigue su curso a la espera de la aprobación, por parte del Papa, de un milagro por intervención del Venerable Padre Almansa.