La virtud de la caridad fue el fundamento de su fe y esperanza, ya que toda la vida y celo pastoral de Mons. Ismael Perdomo, nacían del saberse amado por Dios y esto le llevaba a amar incondicionalmente a sus hermanos
A través de la oración bebía de la fuente misma del amor y, transformado y transfigurado por él, sentía la misericordia de Dios y, al mismo tiempo, el daño que causaba el pecado al corazón de nuestro Señor.
Al ser saciada su sed en el manantial que brota del Corazón de Cristo y, queriendo identificarse plena y totalmente con él, sentía él mismo la sed de Dios por la salvación de las almas. Haciendo morada en ese Corazón que encierra infinitos tesoros de caridad, tenía la capacidad de leer los acontecimientos de la vida desde el prisma de un creyente enamorado que no sólo hacía caridad, sino que daba y se daba a sí mismo.
Su caridad era incondicional, silenciosa, sin distinción, con un amor pastoral que le hacía estar disponible en todo momento, con una actitud de acogida, teniendo siempre los brazos abiertos al necesitado y siendo misericordioso con él porque antes lo había experimentado con Dios.
Su caridad era concreta, ya que buscaba servir a Dios en el necesitado; tenía predilección especial por los sacerdotes, especialmente los enfermos y ancianos, y también por los seminaristas. Durante su ministerio sacerdotal y episcopal, buscaba socorrer al pobre tanto material como espiritualmente; por ello, llegó a fundar, en Ibagué y en Bogotá, diversas obras asistenciales para los niños abandonados y los marginados.
Vivió la virtud de la caridad junto a la de la justicia, no permitiendo en ningún momento que se hablara mal de los demás, ni que se emitieran juicios temerarios; era admirable el silencio que guardaba cuando alguno le informaba sobre las ofensas hacia su persona. Por eso, podemos decir que no sólo vivió esta virtud de modo positivo, es decir, amando a Dios y al prójimo sino, en modo heroico, amando y perdonando a los que lo ultrajaban y malinterpretaban.
Supo comportarse con aquellos que declaraban ser sus enemigos como si jamás lo fuesen, dando pruebas de amor y de todo tipo de consideración y teniendo una delicada caridad con aquellos que, ante la opinión pública, trataban de empequeñecerlo. Los que lo conocían de cerca decían que su vida era un continuo ejemplo que llevaba siempre a nuestro Señor; e irradiando esa caridad invitaba, con su ejemplo, a imitarlo.
Fuente: Salvador Aguilera López